miércoles, 22 de abril de 2009

02. Para mí los Pérez son una excentricidad

- ¿Por qué le dicen "El Bueno"? - No lo sé bien. Los apodos no los elige uno. Sin embargo, tengo alguna noción: dicen que sano. Pero a decir verdad, están equivocados. Yo simplemente conduzco fuerzas que están ahí, con fiaca. Todos las tenemos, pero el sarro hace que salgan a cuentagotas. - ¿A qué sarro se refiere? - Al de las cañerías, por supuesto. El sarro es lo que, de a poco, muy sutilmente, va impidiendo el paso del agua. El agua es la fuerza suprema. Yo actúo como un plomero. - ¿Y a qué se debe ese sarro? - A la educación. - ¡¿Cómo?! - Así es. A las influencias perjudiciales que ella produce. Por ejemplo, desde el momento en que un niño entra al jardín de infantes es condicionado por su maestra, pero más aún, por los niños que se sientan junto a él. ¡La vida puede cambiar por este hecho! De ahí el sufrimiento de algunos chiquitos que por una u otra razón son molestados. Las agresiones cargan de fuerza negativa a todos los implicados. - ¡La violencia! - Fíjese otro condicionamiento. Yo fui a un colegio que dividía los cursos en dos, según su apellido: de la A a la F era "A" y de la G a la Z era "B". De más está decir que al día de hoy prácticamente no conozca a nadie cuyo apellido comience, por ejemplo, con la letra P. Para mí los Pérez son una excentricidad.

martes, 14 de abril de 2009

01. Primer encuentro

Conocí al el Bueno en la primavera de 2008. Lo recuerdo bien porque era un día lluvioso en el que los pájaros trinaban. Raro, me acuerdo que pensé, porque los pájaros no cantan cuando llueve o al menos no los escuchamos. Luego de ese pensamiento, pasé por una puerta de madera vieja y así, todo mojado, entré al comedor donde me estaba esperando (en teoría). Ahí lo vi por primera vez: salía del baño acomodándose la bragueta. Esta imagen me hizo caer en la cuenta de que, finalmente, estaba tratando con un ser humano más que con un santo. Tal era la fama que lo precedía y motivo por el cual la revista para la que trabajaba me envió a entrevistarlo. Lo que escuché en los siguientes nueve días cambiaría mi vida para siempre: cada palabra de cada parábola (¡sólo hablaba de esta forma!) del ¨el Bueno¨ retumbó en mi cabeza en aquel entonces y lo sigue haciendo, como el recuerdo de un buen vino, hasta el día de hoy.